El 22 de agosto de 1967, Agustín Edwards Eastman con fuertes vínculos con Gran Bretaña (UK), propietario de El Mercurio y de uno de los principales grupos económicos del país, creó la Cofradía Náutica del Pacífico Austral, inspirándose en el Royal Yacht Squadron inglés.
Los «socios» fundadores, además de Edwards, Hernán Cubillos Sallato, Enrique Puga, Bendro Drummond, José Toribio Merino, Oscar Buzeta, Eric Weber, Isidoro Melero Rodríguez, John Hardy y Roberto Kelly Vásquez.
La cofradía, bajo el pretexto de “cultivar los deportes náuticos”, sirvió de pantalla para empezar a congregar a empresarios, banqueros y altos mandos de la Armada nacional, inquietos por el crecimiento de las aspiraciones populares de tomar el control de las riquezas naturales del país a través de las elecciones presidenciales programadas para 1970. La Cofradía recibió su personalidad jurídica mediante el D.S. Nº 1.870 del 17 de octubre de 1968.
Pieza fundamental en la Cofradía fue Hernán Cubillos Sallato, hijo de Hernán Cubillos Leiva, excomandante en jefe de la Armada entre 1962 y 1964 y ex embajador en Brasil. Su abuelo fue el contralmirante Demetrio Cubillos, que estuvo destinado en Gran Bretaña como agregado naval en la legación de Chile cuando el embajador y representante ante la Liga de las Naciones, era Agustín Edwards Mac Clure, abuelo de Edwards Eastman, él que con su «amigo» Winston Churchill estafaron al Estado chileno en más de 800 millones de dólares en exportación de salitre y luego la corona lo nombro presidente de la «Liga de las Naciones».
En paralelo en Agosto de 1969, el PC de Chile públicamente rechaza la «Alianza Social y Política de Pueblo de Chile» convocada por Rodomiro Tomic (DC), y en Octubre de 1969 los partidos «izquierda» a instancias del PC crean la Unidad Popular, la división de la Base Social del Pueblo para enfrentar las elecciones de 1970, estaba garantizada.
A partir del asesinato, el 27 de Julio de 1973, del Capitán de Navío Arturo Araya Peters, Edecán del presidente mártir Salvador Allende, los altos oficiales golpistas de la Armada amotinados por José Toribio Merino Castro, Maurice Poisson Eatsman (primo de Agustín Edwards Eatsman), Patricio Carvajal Prado, Hernán Cubillos Sallato y otros (Todos miembros de la Cofradía Náutica del Pacífico Austral al mando de Agustín Edwards Eatsman y con el apoyo de la inteligencia británica Mi6) dan inicio a la fase operativa del Golpe de 1973, mientras la “izquierda” burocrática y corrupta (ahora neoliberal) inmovilizaba al Pueblo y a los trabajadores.
El PC de Chile ante el Golpe vez de llamar a la «Huelga General» a través de la CUT, organismo que controlaban para defender al gobierno del presidente mártir, asume una posición neutral, lanza su histórica consigna inmovilizadora «Estar atentos y vigilantes en sus puestos de trabajo» (El Siglo).
Fuente: José Miguel Flores, Compilador de varias fuentes, especialmente, Manu Levin analiza en LA BASE. YouTube
Santiago, Agosto 2024
Comentario de PiensaChile
2 de Junio 2004
El lobby de Agustín Edwards contra Allende
“Tengo a Agustín conmigo,” anunció por teléfono al Consejero de Seguridad Nacional de Estados Unidos, Henry Kissinger, el poderoso gerente general de Pepsi-Cola y amigo personal del Presidente Richard Nixon, Donald Kendall, la mañana del 14 de septiembre de 1970. En Chile, era más conocido como Agustín Edwards, patriarca de El Mercurio. En la Casa Blanca, bastaba con Agustín.
El dueño del imperio El Mercurio y la empresa embotelladora de Pepsi en Chile, había llegado a Washington en una misión tan secreta como urgente: hacer lobby al gobierno de Nixon y la CIA para que actuaran rápido para impedir que Salvador Allende asumiera el poder. Allende había ganado la mayoría relativa en las elecciones presidenciales el 4 de septiembre, apenas 10 días antes.
Su amigo Kendall, de gran influencia y buenos contactos, le preparaba la agenda. “¿Es posible reunirnos con él mañana en la mañana?” preguntó Kissinger.
“Sí, estará acá,” respondió Kendall. “Le estoy consiguiendo una reunión con [Richard] Helms [Director de la CIA]. Él ya lo sabe. [Edwards] se reúne con otra persona hoy. ¿Alguien más quien debería intentar?”
“No antes de que hable conmigo,” resolvió Kissinger, de acuerdo a la transcripción de la conversación telefónica.
Este documento es parte de las 20 mil páginas de transcripciones de conversaciones telefónicas (“telcons”) realizadas por Kissinger entre 1969 y 1974, cuando era Consejero de Seguridad Nacional y luego Secretario de Estado bajo la presidencia de Richard Nixon, y que fueron desclasificados esta semana por el gobierno de Estados Unidos. Varios de ellos se refieren a las andanzas de Agustín Edwards en Washington en septiembre de 1970.
Kissinger siempre pedía a un asistente que grabara, y transcribiera cada una de sus llamadas telefónicas, incluyendo las que sostenía con el Presidente Nixon. Cuando dejó el gobierno en 1977, Kissinger se llevó los telcons, alegando que eran “documentos privados”. Luego de que el National Security Archive, un centro de documentación no-gubernamental en Washington, amenazó con presentar una demanda en contra de Kissinger por negarse a entregar esta documentación, que debiera pertenecer al Departamento de Estado, el ex Secretario se vio obligado a hacerlo.
48 horas
Días después de las elecciones presidenciales el 4 de septiembre, Edwards le pidió al jefe de la CIA en Santiago que le armara una reunión secreta con el Embajador de Estados Unidos, Edward Korry.
“¿Estados Unidos tomará alguna acción militar –directa o indirectamente?”, recuerda Korry que le preguntó Edwards.
“Ninguna.”
En ese momento, Edwards se dio cuenta que no tenía otra opción que ir directamente a Washington a mover sus hilos al más alto nivel, haciéndole comprender a la Casa Blanca los riesgos de su inacción.
Pasadas las 10 de la mañana el 14 de septiembre, Kendall llamó a Kissinger y fijaron una reunión con desayuno en la Casa Blanca para el día siguiente, a las 8, para conversar con Edwards. Por casualidad, Kendall había planeado llevar a su anciano padre a reunirse con Nixon ese mismo día.
“Le voy a mencionar Edwards [al Presidente Nixon]. No sé qué se necesita para dar vuelta a esta gente en el Departamento de Estado, pero quiero que el Presidente le tome el peso,” le contó Kendall.
“Es un desastre,” concordó Kissinger.
“Sí, lo es, y no entiendo al pueblo americano,” se quejó el ejecutivo.
“No sabe nada sobre Chile,” dijo Kissinger.
“Le diré al Presidente que él no puede tolerar otra Cuba bajo su gobierno,” afirmó Kendall.
“Sí, díle eso,” consintió.
Kissinger aprovechó de invitar a la reunión al Fiscal General John Mitchell, para, como comentó Kendall, “hacer todo de una sola vez”.
Luego de un cambio en la agenda, los cuatro hombres se juntaron en la oficina de Kissinger en la Casa Blanca a las 9 horas. La reunión estaba fijada para 45 minutos, pero apenas comenzó, Kissinger levantó el teléfono y marcó el número del Director de la CIA, Richard Helms. El asistente, como siempre, grabó la conversación.
“Le agradeceríamos que pudiera conversar brevemente con Agustín Edwards mientras esté en su tienda [sede central de la CIA, Langley]”, pidió Kissinger a Helms.
“No estará en mi tienda, pero yo puedo ir al centro y me reúno con él. Mis hombres van a llegar para eso, pero yo también iré,” le contestó el director de la CIA.
“Si pudiera hablar con él, estaríamos agradecidos, así podemos saber su opinión al respecto [situación en Chile],” le insistió Kissinger.
“OK,” respondió Helms.
Más tarde, Helms acudiría a un céntrico hotel de Washington, acompañado por uno de sus especialistas de la CIA en América Latina, para reunirse con Edwards y Kendall.
La única alternativa
Lo conversado en esa reunión se ha mantenido en secreto por más de 30 años. Sin embargo, se ha podido obtener un memorándum de la CIA al respecto, titulado “Discusión sobre la Situación Política en Chile”, que deja en evidencia que Agustín Edwards buscó influir sobre la CIA para que sus acciones encubiertas en Chile se inclinaran a favor de una solución militar, descartando la factibilidad de lograr bloquear la llegada de Allende al poder por la vía constitucional.
El memorándum de cuatro páginas describe y cita lo que Edwards informó al Director de la CIA sobre la situación política post-electoral en Chile, partiendo por lo que consideraba las razones de la derrota electoral del derechista Jorge Alessandri, quien había logrado la segunda mayoría relativa, y lamentando “que no se nos haya permitido quitarle votos a Tomic”. “Este comentario fue una referencia a la condición impuesta por el gobierno de Estados Unidos que restringió los esfuerzos de [censurado] de parte nuestra a una campaña anti-Allende sin apoyo directo a Alessandri”, explica el memorándum.
Edwards se explayó sobre “las posibilidades de una solución constitucional” al dilema –el esquema que la Embajada de EE.UU. en Santiago favorecía para impedir un gobierno socialista, y que implicaba que la CIA sobornaría a parlamentarios de la Democracia Cristiana para que votaran a favor de Alessandri el 24 de octubre, día en que el Congreso debía ratificar uno u otro candidato como Presidente-electo. Según el plan, Alessandri renunciaría y llamaría a nuevas elecciones, en las que se presentaría el saliente Presidente Eduardo Frei, y supuestamente ganaría.
“Las posibilidades de que Alessandri sea nominado Presidente son escasas… Frei está muerto de miedo [“scared blue”] de que Allende asuma el poder, pero sólo puede contar con unos 20 congresistas del PDC que voten por Alessandri”, le había informado Edwards al jefe de la CIA.
Según el memorándum, Edwards planteó sus dudas de la siguiente manera: “La vía parlamentaria para prevenir que Allende asuma el poder, aunque muy remota, no debe ser ignorada. Sin embargo, implica los siguientes riesgos:
1) Podría fallar, y ¿después qué?
2) Algunos congresistas podrían moverse demasiado rápido, o anunciar su intención de voto prematuramente, así provocando a los Comunistas a ‘tomarse las calles’.
3) El general en retiro Roberto Viaux, líder de la rebelión militar de octubre 1969 [dos líneas censuradas], o ‘algún otro lunático’ podría intentar llevar a cabo un golpe, así impidiendo cualquier otro esfuerzo serio.”
En consecuencia, la discusión derivó necesariamente en la única otra opción: provocar un golpe militar. En la sección del memo titulada “Plazos para Posible Acción Militar”, Edwards señala que el escenario se despejaría a mediados de octubre, luego del congreso del Partido Demócrata Cristiano. A esas alturas, planteó Edwards a Helms: “¿Podemos correr el riesgo de que el plan Alessandri/Frei no funcione?”
Pasadas las 15:30 horas del 15 de septiembre, Nixon citó a Kissinger, Mitchell y Helms a la Oficina Oval. En las últimas 48 horas, y según parecen indicar los documentos, los tres últimos se habían reunido con el dueño de El Mercurio para escuchar su lapidario informe sobre Chile. También Nixon había acogido las opiniones de Edwards, a través de su amigo Kendall, que el día anterior le había hablado al respecto cuando llevó a su padre de visita a la Casa Blanca. Kendall conocía las opiniones y evaluaciones de Edwards al revés y al derecho, ya que había “hablado con él por tantas horas…”
En esa reunión, Nixon emitió sus ahora famosas instrucciones a la CIA, anotadas a mano por Helms: “¡Salven a Chile!; No importa los riesgos involucrados; $10.000.000 disponible, o más si es necesario; hagan gritar a la economía”.
Sus instrucciones pusieron en marcha lo que la CIA denominó “Operación FUBELT” – acciones encubiertas para crear el clima y organizar un golpe militar, que resultaron en el asesinato del general René Schneider el 22 de octubre, dos días antes de la ratificación parlamentaria de Allende como Presidente-electo.
“Tengo la impresión de que el Presidente llamó a esta reunión donde tomé estas anotaciones debido a la presencia de Edwards en Washington, y lo que Edwards decía sobre las condiciones en Chile,” afirmó Helms en 1975, en su testimonio secreto ante el comité parlamentario que investigó el papel de Estados Unidos en la muerte de Schneider.
Platas para Agustín
La noche del 14 de septiembre de 1971, exactamente un año después de la crucial visita de Edwards a Washington, Kissinger llamó a Helms para informarle que el Presidente Nixon había decidido autorizar un masivo financiamiento encubierto a El Mercurio. Poco antes, Edwards, o uno de sus emisarios, había solicitado a la CIA “apoyo encubierto por un total de un millón de dólares” para sobrevivir uno o dos años.
De acuerdo a un memorándum desclasificado de la CIA, Kissinger “indicó que a) el Presidente recién ha aprobado la propuesta para apoyar a El Mercurio con US$700.000, y b) el Presidente desea que el diario continúe, por lo que el monto estipulado podría incrementarse si sirviera ese propósito”. Varios meses más tarde, el mismo Kissinger aprobó otros US$300.000 para El Mercurio.
Meses después, en abril de 1972, la CIA solicitó que fueran entregados US$965.000 adicionales a El Mercurio para pagar préstamos, crear un fondo de contingencia para emergencias, y, según registros desclasificados del Consejo de Seguridad Nacional, “cubrir el déficit operacional hasta marzo de 1973”, cuando se realizarían elecciones parlamentarias en Chile.
En menos de un año, los aportes encubiertos de la CIA para El Mercurio alcanzaron casi US$2 millones.
Otros dineros secretos también fluyeron a El Mercurio a través de la ITT, el principal colaborador corporativo de la CIA en Chile. Un memorándum de conversación del 15 de mayo de 1972 entre el operativo de la CIA, Jonathan Hanke, y el ejecutivo de la ITT, Hal Hendrix, se refiere a numerosos depósitos bancarios por US$100.000 hechos por la ITT al grupo Edwards. “[Hendrix] me dijo que el dinero para el grupo Edwards pasaba por una cuenta en Suiza,” informó Hanke a sus superiores.
Con el apoyo de la CIA, El Mercurio se convirtió en el principal agitador a favor de un golpe militar en Chile. Un cable secreto del jefe de la CIA en Santiago, fechado el 2 de mayo de 1973, señaló que “la cadena de diarios de El Mercurio” está entre “los actores más militantes de la oposición […] que han fijado como objetivo crear conflicto y confrontación que lleve a algún tipo de intervención militar”.
Cuando el 13 de noviembre de 2000, el gobierno de EE.UU. desclasificó 16.000 documentos, entre ellos los que aludían al dinero entregado a El Mercurio, el periódico salió en defensa propia en una editorial. “Yo era la persona responsable del diario y le puedo dar seguridades de que platas de la CIA ni de nadie recibimos,” afirmó su ex presidente ejecutivo en la época, Fernando Léniz.