DIÁLOGOS DE UNA AMISTAD INQUEBRANTABLE: ALLENDE Y LABARCA. Héctor Vega

Nunca imaginó Miguel Labarca que el vehículo de Laura Allende en lugar de conducirlo a La Moneda ese fatal 11 de septiembre, lo llevaría finalmente en un viaje sin retorno a Paris. Las llamas que destruyeron el centenario edificio que alojaba a los presidentes de Chile, habían consumido en pocas horas la esperanza que Salvador Allende había encendido en los corazones de su Pueblo. Por eso, cuando ya exiliado finalmente se instaló en un arrondissement de Paris con sus bártulos, su mujer y sus recuerdos casi sin saberlo, penetró en el ámbito de un pasado poblado de fantasmas de otra época. Con nostalgia y mucha rabia de algo que siempre supo inevitable y que no supo evitar escribió un manuscrito que un día ya muerto, sus hijos, Margarita, Miguel y Eduardo rescataron de una caja negra de cartón perdida entre los muchos recuerdos que habían dejado sus progenitores. Manuscrito que se dieron a la tarea de darle forma de libro.

Por un instante Miguel con el soplo devastador del tiempo recorrió imágenes del pasado, su juventud de estudiante, sus amistades del puerto de Valparaíso y la de un joven, Salvador Allende, que con sus instintos de ser predestinado parecía evocar futuros lejanos y enigmáticos. Quizás volvió por un instante en sus recuerdos 30 años atrás cuando llevado por la diplomacia y ya renunciado a esta por la venta de productos agrícolas chilenos en la Europa de la posguerra, cuando acumuló una pequeña fortuna que lo llevó quizás por inercia de vueltas a su país en 1950 para encontrarse con las claves herméticas de un destino que lo asechaba desde cuando dialogaba con su amigo el Presidente de Chile.

Reencontré el manuscrito ya en forma de libro hurgando las estanterías de una biblioteca en Santiago. Era la edición de ChileAmérica Cesoc de mi inolvidable amigo Julio Silva Solar que ya de vueltas del exilio dedicado a rescatar la memoria de quienes acompañaron a Allende, fundó una casa editorial en Santiago que en muchos libros rescató la memoria de la Unidad Popular.

Por eso cuando Miguel se sentó frente a la máquina de escribir en el vestíbulo del HLM parisino que le había tocado en suerte se preguntó si estaría a la altura de la tarea que se había fijado: relatar la realidad del hombre, a quien acompañó durante más de 20 años como parlamentario y presidente, que se escondía tras los discursos y los anuncios de la buena nueva para aquellos que habían sido centenariamente defraudados. Todo eso viene como en un torbellino de escenas en las más de 200 páginas que constituyen el libro. Desde el desconcierto de las dudas, en el lento curso de la confidencia, hasta el desorden de las ideas con el amigo que cubrieron esos mil días de gobierno, con voces de mando que promediaban seguridad y comando pero también los sobresaltos sucesivos frente a los asechos de lo nuevo.

Los años me han hecho entender en las tareas de gobierno el difícil pacto entre la pasión irrevocable y los pactos necesarios que permiten la unidad de la tribu. Allende ofreció a Labarca la dirección de Soquimich, con la tarea de llevar a cabo la nacionalización de la minera. Habían transcurrido casi 30 años desde la batalla imposible sostenida por el presidente Balmaceda cuando el general Ibáñez decidió en 1927 tomar en sus manos la explotación del nitrato, es decir en las manos de los Guggenheim de la Cosach y su representante Agustín Edwards Mac Clure que había sido embajador de Chile en Londres, y que en estas tratativas había recibido como comisión o coima una pequeña fortuna de 960 mil dólares de 1924.

Era necesario desarmar el entramado que el capital extranjero exhibía para relegar  al Estado de Chile al destino de factoría que Balmaceda al precio de su vida había decidido arrebatar a Mr. North. Labarca logró la nacionalización del salitre arrebatando de manos de la Anglo Lautaro, nuevo entramado de los intereses extranjeros en la riqueza calichera que esta vez sería propiedad del Estado de Chile. Con el golpe Pinochet éste no tardaría en dotar a su hija con el botín alcanzado el 11 de septiembre, – a más de 50 años del traspaso de Soquimich a Ponce Lerou, éste aún vive de esa riqueza mal adquirida.

El relato de Labarca prefigura lo que a 10 años del golpe sucedería con el cobre. Allende lo había nombrado director gerente de Soquimich con la tarea de nacionalizarla. Durante el gobierno de Frei Montalva los Guggenheim buscaron, al igual que las 5 mineras norteamericanas del cobre continuar el negocio en asociación con el Estado de Chile siempre y cuando este se encargara de avalar los préstamos internacionales necesarios para desarrollar los yacimientos, porque ellos entendían y confundían la concesión con la propiedad. 30 años después, como relata Miguel Labarca en sus memorias la Anglo Lautaro de los Guggenheim y la Compañía de Salitres de Tarapacá (CORFO) durante el gobierno de Frei Montalva en 1967 formaron una empresa mixta que pasó a llamarse Sociedad Química y Minera de Chile, Soquimich. Nunca se lograron evaluar los activos y pasivos de los Guggenheim, es más se excluyeron los bienes de valor efectivo y fácilmente liquidables. El valor de la Anglo fue fijado en 49 millones 600 mil dólares más pérdidas evaluadas en más de 9 millones, cifras que finalmente se redujeron a 24 millones 600 mil dólares.

Frei Montalva creía con lo que llamó la Chilenización haber alcanzado el rumbo de la independencia pues así le habían dicho sus asesores se cumplía con las normas de buena conducta que exige el capital extranjero. Desde la poltrona del poder veía como sus convicciones – si alguna vez las tuvo – se traducían en papel de chaya. Pero claro cuando se hace de zamba y canuta con los principios más vale ignorar con un aire de dignidad la confabulación que se venía venir.

El epílogo de la nacionalización de Soquimich sorprende por las cifras que se habían negociado durante la presidencia de Frei Montalva. “En mayo de 1972, relata Miguel Labarca, llegamos finalmente a un acuerdo con el grupo norteamericano. Se rescataron los debentures, la Corfo adquirió el total de las acciones de las empresa y se anularon una serie de gravámenes menores mediante el pago de 7 millones 885.590 dólares en dos cuotas anuales. La industria del salitre se salvó y pudo seguir seguir funcionando gracias a la política del régimen de Allende que remedió hasta donde fue posible la entrega a los intereses norteamericanos en que había incurrido el gobierno demócrata cristiano”.

La relación entre Allende y Labarca no fue fácil, “en su espíritu práctico, – relata Labarca – aspiraba siempre a no aislarse del sentir público [….] captaba que los errores a que induce la incomunicación por intimidación de los interlocutores – por afán de homenaje temor u oportunismo – causan males irreparables. Siempre abrigué el convencimiento de que alentaba mi sentido crítico aun cuando se dirigiera a él mismo” [….] “Me reconvenía: ‘si durante tantos años nos hemos aguantado recíprocamente, a pesar de tu mal carácter, es porque en el fondo, necesito que haya cerca de mí una conciencia vigilante…’ Yo le replicaba: “sabes de memoria que no es así. Recuerda que según… (mencionaba a un muy agudo dirigente entonces socialista y más tarde militante del Partido Comunista)…apenas alcanzo la categoría de mozo de estoques. Si no te preparo tus herramientas de trabajo, cumples mal tu faena en la corrida. Constituyo una mera superstición. Como eres imaginativo, necesitas crearte tu propio mundo de convencionalismos, ya que no crees en la Macarena”.

“No recuerdo el motivo, escribe Miguel, pero en una circunstancia en que yo le imputaba seguramente incomprensión y dureza frente a algo, me replicó, con casi incontenible emoción, que se tradujo en que el rostro se le enrojeció notoriamente:”

“– ¿Crees que tres derrotas a la Presidencia de la República no me han hecho sufrir….? ¿Crees acaso que no tengo alma y que soy un ambicioso de piedra…? Tú conoces mejor que nadie la intimidad de nuestro esfuerzo y porque tienes una manera de ser diferente de la mía no tienes derecho a descalificarme”.

“– ¿Recuerdas a esa india que se ahogó en un río de la provincia de Valdivia, junto con su guagua, por pretender cruzarlo a caballo para asistir a una concentración popular? ¿Y todos los compañeros apaleados, hostilizados, acorralados por tener fe en nosotros? Sí, todo esto me importa mucho”.

Estas memorias son el relato de una relación difícil, sorprendente a veces y única para entender la sensibilidad de un hombre que quiso cambiar el destino de Chile.

Miguel Labarca Labarca. Allende en persona. Testimonio de una intensa amistad y colaboración. Ediciones ChileAmérica – Cesoc. Santiago de Chile, 2008, 228 páginas.

Santiago, junio 17 2025

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