Lo que sigue a continuación es una Declaración Pública de dos profesionales, Octavio y Andrea Gana que trabajan en el ámbito de la cultura y las artes. Manuel Acuña Asenjo es autor de un ensayo sobre el significado, oculto para algunos, de la palabra HAMBRE. Manuel devela los misterios de la economía de papel que preside un intercambio desigual con un efecto cruel e implacable, el HAMBRE.
La obra de Octavio y Andrea consistió en proyectar la palabra HAMBRE en el edificio de la Compañía Telefónica. Eso molestó a un gobierno incapaz de manejar una crisis que se venía venir desde antes de Enero 2020, cuando la Organización Mundial de la Salud alertó a los gobiernos del mundo sobre la Pandemia que se había desencadenado en China con un virus Corona. Esos datos fueron minimizados desde un comienzo. Se afirmó que todo estaba preparado y que en esto dábamos lecciones al mundo. En su obsesión por el triunfalismo en las comparaciones con otros países y otras realidades, no vio venir la masiva y cruel crisis social que se agregó a la Pandemia. A poco andar descubrió la verdad de un Estado desmantelado en beneficio de un mercado cuya lógica del lucro nada podía aportar a las necesidades de la población.
El gobierno, manifiestamente sobrepasado, nunca entendió que la crisis llegó a la estructura misma del Estado. Sin credibilidad ni crédito alguno, tuvo que reconocer la dura realidad de la crisis social bajo el espectro del hambre. Podría haber mejorado sustancialmente el ingreso familiar que era la medida directa y eficaz pero no lo hizo y eligió, tardíamente, la distribución de 2 millones 500 mil cajas con mercadería en las comunas. El diario digital Werken Rojo señala que el gobierno ha pagado por cada caja al empresariado, (controladores del mercado), 30 mil pesos. Según expertos en marketing el valor de estas cajas no sobrepasa los 19 mil pesos, con lo cual estamos frente a un sobreprecio de 11 mil pesos que multiplicados por 2,5 millones de cajas se calcula una apetitosa ganancia de 27 mil 500 millones de pesos para el empresariado involucrado en el programa. El transcurrir social de cada día nos muestra verdades incómodas que denotan un Estado a la deriva, sin poder de convocatoria y preso de un empresariado insaciable. La contrapartida de un gobierno sin rumbo es la acción y solidaridad que surge desde las comunas con ollas comunes y canastas familiares. En lo político, se manifiesta una ciudadanía dispuesta a cambiar instituciones y autoridades, el Pueblo entiende que deberá buscar, en sustitución de una clase política corrupta, otros hombres y mujeres capaces de gobernar teniendo como base la Dignidad de un Pueblo demostrada en días de lucha que comenzaron el 18 de Octubre. Lo que transcurre desde esos días ya es parte de la historia social así como lo que develó la luminaria desde la torre de la Telefónica. HAMBRE, UNA VERDAD INCÓMODA.
Héctor Vega.
22/05/2020
DECLARACIÓN PÚBLICA
Somos Delight Lab, un estudio lumínico audiovisual con más de 11 años de trayectoria que trabaja en el ámbito de la cultura y las artes. Nuestro trabajo responde a una profunda sensibilidad artística y humanitaria y, en particular, ante las crisis sociales y ambientales que ocurren en Chile y en el mundo, hemos querido expresar creativamente, de manera pacífica y silenciosa, una sensibilidad universal sólo utilizando la luz.
No tenemos ninguna afiliación política, trabajamos autónomamente desde el arte y es desde nuestro rol de ciudadanos-artistas que hemos realizado una serie de intervenciones lumínicas, muchas de las cuales han sido ampliamente difundidas por los medios de comunicación y las redes, sobre todo las realizadas sobre la fachada del edificio de la Telefónica en los últimos meses.
En este momento queremos denunciar ante la opinión pública que estamos siendo víctimas de amenazas, amedrentamiento, hackeo y censura: tememos por nuestra integridad física y solicitamos el apoyo de la comunidad cultural y de todos aquellos quienes comparten los valores democráticos y el respeto a los derechos humanos.
A continuación exponemos los antecedentes.
1. El pasado domingo 17 de mayo nuestra cuenta de Instagram (principal plataforma de difusión de nuestro trabajo) fue hackeada, impidiendo su acceso. Posteriormente fue borrada, por lo cual tuvimos que crear una nueva cuenta.
2. El día lunes 18 proyectamos la palabra “Hambre”, como un modo de promover la ayuda a personas que están sufriendo esta crisis en Chile. Ese mismo día, recibimos una serie de emails, mensajes personales, ataques e insultos a través de redes sociales e incluso cuentas privadas. Además, subieron fotos nuestras, que incluían nuestro RUT, direcciones y otros datos privados. No reproduciremos acá el calibre de los insultos y groserías recibidas, pero nos advertían que nos “cuidáramos” y que si seguíamos haciendo nuestro arte sufriríamos las consecuencias. A esto se suman las inaceptables palabras del diputado RN Diego Shalper, quien nos trató de “miserables” y pidió que se investigara y persiguiera a quienes estaban detrás de las proyecciones lumínicas porque responderíamos a una “ideología y agenda política, violencia incluida”. Estas declaraciones sí son violentas, no lo que hacemos nosotros, e incluso alguien podría interpretarlas como una incitación a las persecuciones y amedrentamientos que estamos sufriendo.
3. Ayer, martes 19 de mayo, mientras realizábamos otra proyección, de la palabra “Humanidad”, aparecieron unos focos blancos, desde un camión especialmente habilitado y protegido por Carabineros, iluminando la zona de manera de hacer ilegibles los mensajes, en un inaceptable acto de censura y atentado a la libertad de expresión.
Es evidente que esto obedece a una operación previamente concertada que pone en riesgo nuestra integridad física y vulnera nuestros derechos, por lo cual estamos interponiendo un recurso de protección. Además, por otro lado, reafirma el impacto social de lo que hemos hecho.
Como artistas, avalados por toda nuestra conocida trayectoria, lo que menos podemos pedir es que la autoridad cumpla con protegernos y lo que pacíficamente hacemos, sancione a los responsables y aclare estos hechos a la brevedad. Nuestra acción de arte, lejos de ser un delito, ha sido visto por la mayoría de la gente (eso está consignado vastamente en la prensa) como un acto humanitario y sensible del duro momento que vivimos.
Octavio Gana, Andrea Gana
Delight Lab
Santiago, 20 de mayo de 2020
ESCRIBE, MANUEL ACUÑA ASENJO
‘Hambre’ es el título de una novela escrita por Knut Hamsun, autor escandinavo de principios del siglo XX, en donde se relatan las penurias de la población de esa ciudad llamada Cristiania a fines del siglo 19. Pero ‘hambre’ es, también, sinónimo de pobreza, de abandono, de sacrificio, de muerte. Un recuerdo del paso de la humanidad por el más abyecto estado animal. El mismo que Hobbes, en cierta oportunidad, describiera como el período en que ‘el hombre, es un lobo para el hombre’. Condenar a un pueblo al hambre, que representa el más extremo grado de miseria, sólo podemos considerarlo como algo propio de la mente más afiebrada que pueda existir. Hambre, palabra que horrorizaba —me lo confesó una vez— a mi buen amigo poeta, actor, escritor, Carlos Alberto Muñoz, allá, en su exilio, en Estocolmo. Por eso, ver esa palabra espantosa, escrita de abajo hacia arriba, en uno de los costados del edificio de la empresa Telefónica de Chile, me hizo cavilar acerca del hambre que existe en Chile, hambre a la que se ha referido en estos días, incluso, el propio alcalde de Santiago, Felipe Alessandri.
Porque hay hambre en este país. Hambre abierta, en descubierto, hambre que se ha hecho pública, que se arrastra por las calles y manifiesta en los pobres que hurgan al interior de los contenedores buscando bolsas de basura para ver si en ellas hay algo que puedan aprovechar. Es el hambre que existía ya, desde antes del estallido social de 18 de octubre de 2019 y de la pandemia, invisible, en el Paseo Ahumada (y otros lugares del Gran Santiago), cuando los restaurantes y fuentes de soda, antes del cierre, botaban las sobras en los contenedores municipales para que una turba de pobres hambrientos se abalanzara, noche a noche, en busca de alimentos. Es el hambre que revienta hoy, a gritos, en la comuna de El Bosque y en otros barrios de la capital. El hambre que existía en tiempo de Pinochet. Pero eso no es lo único. Hay un hambre oculta, un hambre que se vive en silencio, el hambre del trabajador que perdió su trabajo o vio disminuido el sueldo que ganaba, el hambre de quien acaba de jubilar y contempla el exiguo monto del cheque que le entrega la AFP, el hambre de la mujer que se separó y vive sola con sus hijos en algún departamento de la ciudad el pago de cuyo arriendo le absorbe todo lo que recibe, el hambre de los familiares de los que están falleciendo a causa de la pandemia de cuyo apoyo económico dependían, el hambre silenciosa del pensionado que vive con su jubilación miserable y, semana a semana, observa impotente subir los precios de los alimentos que consume y que ya no puede pagarlos.
¿Por qué hay hambre en Chile, cuando se insiste, a través de los medios de comunicación, que el abastecimiento de toda la población está asegurado? ¿Por qué, entonces, los sectores altos acaparan mercaderías en los supermercados y, también, algunos sectores medios que tienen capacidad para hacerlo? ¿Qué hace que se reproduzcan, pero en forma inversa, hechos similares a los que hubo en el tiempo de la Unidad Popular? Porque en esos años hubo temor al hambre pues había desabastecimiento. Hoy no sucede aquello. Hay abundancia de mercaderías, si creemos en las palabras de las autoridades. Y, sin embargo, hay hambre.
Está claro que muchos bienes e insumos no pueden ser comprados por muchos sectores sociales, aunque existan en el comercio, porque tales sectores no tienen dinero para hacerlo. Pero, ¿por qué ocurre todo ello? ¿Cuál es la causa?
La Economía nos enseña que toda persona asigna a cada bien un determinado valor. Ese valor, sin embargo, es diferente si desea consumir o utilizar en provecho propio ese bien o si lo necesita solamente para cambiarlo por otro. Al primero se le llama ‘valor de uso’; al segundo, ‘valor de cambio’. El bien que se pretende cambiar raras veces se tasa por un valor equivalente al de la contraparte; lo normal es cada operador pretenda ganar algo con el acto de permutar. Es decir, obtener un rédito, un interés, un mayor valor. Lo que nos hace sentar una primera premisa: todo bien es susceptible de intercambio; pero cuando dicho intercambio no tiene como finalidad el uso del mismo, lo que se busca es obtener lucro, es decir, sacar provecho de la operación, transarlo a un mayor valor. Porque, no olvidarlo, la moral de la Economía es el lucro. De lo cual se puede concluir que todo comercio es intercambio, pero no todo intercambio es comercio pues el intercambio no implica, necesariamente, realizar ganancias. El intercambio no es un acto económico sino la acción natural de los seres humanos para entregar obras que nacen de las diferentes aptitudes y capacidades que cada uno posee. Dichas cualidades les hace producir y realizar actividades, necesarias, a menudo, para quienes no poseen las mismas. E intercambiar esas obras con otras que no pueden realizar, que les son importantes y necesarias, intercambio que debiera ser gratuito o satisfacerse con la mutua recompensa. Sólo cuando ese intercambio se hace comercial, la Economía se hace presente. Con su moral invariable: el lucro.
A diferencia del intercambio simple, el comercio es, fundamentalmente, intercambio lucrativo. Para ser más efectivo, requiere de la existencia de una mercancía intermedia denominada ‘dinero’ que, por lo mismo, adquiere la calidad de ‘medio de pago’. Cuando el dinero es abundante, las mercancías suben de precio porque obedecen los dictámenes de la ley de la oferta y la demanda; el fenómeno aquel se denomina ‘inflación’. Pero cuando el dinero escasea, las mercancías bajan de precio porque nadie tiene capacidad para comprarlas y el fenómeno se llama ‘deflación’. De lo cual se deriva una lección: en un sistema donde impera el comercio, un ‘buen gobierno’ no debe dar dinero (o restringir el acceso al mismo) a los sectores dominados o pobres, porque éstos (como son pobres) no tienen todas sus necesidades satisfechas, y el dinero que pueden recibir lo gastan, de inmediato, en comprar las cosas que requieren ocasionando escasez y, por consiguiente, ‘inflación’. Y puesto que muchos bienes no se producen en el país y se hace necesario importarlos cuando se agotan, en Economía se dice que los pobres, al recibir dinero en sus manos, ‘crean presiones inflacionarias’. Por eso no se les puede dar dinero sino en pequeñas cantidades. Entregarlo en abundancia a la población lo hacen sólo los ‘malos gobiernos’. Como el de la Unidad Popular. Un ‘buen gobierno’ ha de darlo a las clases dominantes pues éstas, al tener satisfechas todas sus necesidades, toman ese dinero y lo invierten o ahorran, contribuyendo al desarrollo del país y fomentando lo que se conoce como ‘ahorro nacional’.
Entonces, hay razones económicas que nos llevan entender lo que sucede en las economías mundiales y por qué existen ciertos y determinados fenómenos, a menudo, inexplicables. El comercio, es decir, el intercambio para obtener réditos o ganancias, supone la existencia de determinadas cantidades de bienes en oferta. Si esos bienes aumentan, el precio baja y las posibilidades de obtener tales réditos o ganancias se hacen difíciles. Por consiguiente, las empresas no deben producir más que lo necesario, es decir, la cantidad necesaria de bienes a objeto de no producir una caída en el precio de los bienes que entrega para su comercialización. Y si, por cualquier motivo, lo hacen, deben destruir lo que han fabricado. De manera que, haya inflación o deflación, la cantidad de bienes que existen en el mercado ha de ser la misma: se trata de proteger la ganancia o el lucro de determinados grupos sociales. O dicho de otro modo: el sistema está hecho para que la producción no exceda el monto de la ganancia que ha de existir.
El hambre de determinada población (mundial, regional o nacional e, incluso, local) no tiene importancia para la economía. Los seres humanos son ‘consumidores’ y/o ‘reguladores’ de los precios establecidos. Nada más. Sus existencias no son relevantes para la economía más que para los efectos de entregar sus energías corporales o hacer de sujetos consumidores.
Por lo mismo, cuando se desencadenan las crisis, los Estados pocas veces suben los sueldos de los trabajadores sino permiten que eso lo hagan determinados sectores y con ciertas limitaciones. En general, prefieren conceder ‘bonos’, por una sola vez, muchas veces con cargo a los dineros de los propios trabajadores. Cuando arrecian las circunstancias, reparten mercaderías y no entregan dinero. Los estados practican el reparto de limosna a una población que han empobrecido ellos mismos. De esa manera, conjuran cualquier amenaza de inflación y pueden negociar con los grandes distribuidores de mercaderías (ni siquiera con los productores) o las cadenas de negocios, dinamizando con los dineros públicos la alicaída economía.
Pero el hambre, si no se satisface, tiene consecuencias, puede dar origen a fenómenos insospechados. Promueve la solidaridad entre los seres humanos, sin lugar a dudas. E invita a practicar la cooperación. Y a construir una nueva ética comunitaria. Las ollas comunes, que se organizaron el Chile en 1930, y volvieron en tiempos de la dictadura pinochetista para aparecer, hoy, en pleno gobierno autoritario piñerista, son un ejemplo de ello. Hoy, como antaño, juntan a los rebeldes, convocan a los necesitados, aúnan voluntades, incitan al diálogo y a la mutua comprensión, provocan intercambio de opiniones, invitan a la acción mancomunada. Bienvenidas sean ellas. Ya nos lo recordaba Óscar Castro, cuando nos decía:
“¡Qué cerca están las gentes cuando el hambre las une y hay sólo ante los ojos una desnuda mesa, y se oyen muy distantes sonar unas pisadas.
Como el eco del agua por las mojadas piedras!”
Hambre es la palabra más terrible que jamás se haya pronunciado. Pero es la que une a los sectores populares para hacerlos más fuertes y más decididos. El hambre no les arrebata su dignidad; les hace más rebeldes. Por eso, son reacios a aceptar limosnas o conmiseración ajena. Y pocos son los que van a tolerar la ayuda por caridad. Aunque en ello les vaya la vida.
Las grandes masacres, al igual que las grandes revoluciones, han tenido un marco similar de referencia. No tendría por qué ser diferente en Chile. Si los propios sectores medios han manifestado que, en determinadas circunstancias de apremio, estarían dispuestos a perpetrar cualquier delito con tal de dar alimento a sus hijos, no debe sorprender que lo hayan empezado a hacer los sectores populares como ha sucedido en El Bosque en plena pandemia. Los saqueos no se paran con una ley. Porque el hambre no tiene límites. Es lo que nos pone de manifiesto el título de la novela del escritor noruego, aquella palabra conmovedora, la misma que brilló, resplandeciente, en medio de la noche del lunes 18 de mayo, como luminosa advertencia de lo que significan los siete meses del estallido social, allá, arriba, encaramada en lo alto de la torre del edificio de la Telefónica, en Santiago.
Santiago, 20 de mayo de 2020