BALOTAJE EN FRANCIA. Héctor Vega

La total falta de ideas de cómo realizar lo que se proponen (9 candidatos en la primera vuelta) dejó una vez más frente a frente a las certezas de dos candidatos de derecha, uno, el presidente saliente, Macron (27,8%) y Le Pen (23,1%), en su tercer intento por la presidencia, de extrema derecha con un mensaje relativamente más moderado para la segunda vuelta. El resto, un pelotón de 9 candidaturas expresa una realidad que se repite sistemáticamente en las elecciones presidenciales en Francia. Por un lado, un candidato de extrema derecha, Zemmour y 6 de centro-derecha con proyectos o aspiraciones, más que programas de gobierno, y dos candidaturas testimoniales de izquierda, anticapitalista de Poutou y Lucha Obrera de Arthaud.

Mélenchon es un caso aparte, con un 22,0%, a 1,1 puntos de diferencia de Le Pen es el tercero en discordia, sin piso electoral para proseguir en su segunda candidatura presidencial. Percibe una Francia como una potencia no alineada, es decir con una defensa autónoma, ¿force de frappe a la De Gaulle? – ¿fuerza armada nuclear reactiva? No lo dice así pero rescata la posición del general De Gaulle, Mitterrand y Jacques Chirac – cabe preguntarse si fue la cita de este último, ¿un guiño a la derecha republicana que con Pécresse logró apenas 4,8% de los votos? – lejos de su origen la antigua Rassemblement pour la République, o acaso la evocación de Chirac es un llamado a los votantes de Lassalle (3,1%) que junto a Dupont-Aignan (2,1%) proponían la salida de la OTAN. Allí donde los otros proponen más social o más ecología, Mélenchon ve un sistema capitalista en las postrimerías y por ello propone “construir una sociedad de asistencia mutua para así alcanzar una sociedad en armonía consigo misma y la naturaleza”. En resumen eso significa según el candidato, “fin al abuso social, combate por la igualdad entre hombres y mujeres, refundación de la democracia y de una 6ª República no alineada y anti globalista; vía ecológica de la producción y del consumo para así detener las consecuencias del cambio climático”. El programa será realizado, afirma Mélenchon, terminando con una monarquía presidencial que ahoga la libertad con sus restricciones. Para esto llama a convocar una Asamblea Constituyente que fijará las nuevas reglas democráticas como el referéndum de iniciativa ciudadana, el referéndum revocatorio en el curso de su mandato para revocarlo a quien haya sido elegido en el curso de su mandato. A sus 70 años parece ser el último empeño de Mélenchon para cambiar el curso de la historia en Francia.

Partiendo de la base que los votos en política no se transfieren, Macron necesita captar 23,2% de los votantes para así alcanzar la presidencia con un 51% de los votos. Excluyendo los votos de Zemmour y Pécresse, de extrema derecha y republicana respectivamente, aparece un variopinto frente (alrededor de un 14% del electorado) de posiciones centristas, ecologistas y rupturistas, que en su mayoría se muestra más inclinado a la abstención que al apoyo a Macron. Aun, suponiendo el apoyo de ese frente sería necesario un 50% de aquellos que votaron por Mélenchon para decidir la elección en favor de Macron. Nada de eso es seguro, el panorama de 2017 no es el mismo de esta elección, cuando en el balotaje Macron obtuvo 66,06% de los votos escrutados y Le Pen 33,94%. El rol de la abstención puede ser decisivo en el balotaje, un dato no menor, fue la abstención de los obreros, 33%, y de la generación de jóvenes entre 25 y 34 años, 46%, en la primera vuelta.

La barrera contra Le Pen ya no existe, su reedición ya no es posible. Además el elitismo tecnocrático del actual presidente no solo irrita a los electores, peor aún, los enfrenta a una desigualdad que se ha ahondando durante su quinquenio. Le Pen no sólo ha suavizado su discurso, sino que agrega una dosis de populismo con un llamado al electorado que en 5 años, vistos la inflación y la falta de abastecimientos por la guerra en Ucrania, ha visto encarecer la energía y el consumo diario, a lo que se agrega una seguridad social, sin avances desde 2015, la acumulación de frustraciones y abusos ha reemplazado la calle por una institucionalidad sin respuestas, ha sido el caso por la reforma de las pensiones, los chalecos amarillos, el pase sanitario y las vacunas (masivas manifestaciones en París, Grénoble, Strasbourg, Lille, Montpellier…).

Con más de 2 millones 200 mil desempleados (7,4% de la fuerza de trabajo) y un desempleo de 16,4% para los menores de 25 años, Francia, se encuentra por sobre el promedio de la Eurozona, 6,8% y debajo de Austria, Holanda, Dinamarca, que registran cifras de desempleo bajo el 4% – pesada herencia para quién sea elegido.

La visión de Macron y de Le Pen no es la de la refundación de la República. El desarrollo logrará resolver las desigualdades, algo que no sucedió durante el quinquenio de Macron, pero que traducido al discurso de Le Pen se resuelve con medidas asistenciales y autoritarias, es decir sin inmigración, con orden y, según su crítica al sistema judicial, sin laxismo. Para ambos el marco institucional deberá ser refrendado. En lo esencial el conservadurismo es la garantía de la libertad, la paz y el orden. Pero, la dificultad reside en que esa trilogía conservadora no ha funcionado ni en Francia ni en la Eurozona en general. El mundo del trabajo está en manos de un modelo que no funciona, las cifras de desempleo lo demuestran. Alemania y Francia, competidores en la punta del pelotón de la Eurozona, han fracasado en equiparar los salarios al alza de la productividad. Es más, los avances de la productividad se hacen a costa de bajos salarios y seguridad social precaria. Esta situación impacta en la mitad de la ventaja exportadora que tiene Alemania sobre Francia y en una hipótesis conservadora afectaría el 2% de la tasa de desempleo en Francia.

La guerra en Ucrania significa acoger 5 millones de inmigrantes en la Unión Europa y la realidad de 6 millones de desplazados al interior de Ucrania. La visión atlantista de Macron se enfrenta al pragmatismo de Le Pen que se movió hacia De Gaulle, con una visión de independencia nacional frente a Estados Unidos, y por un estado fuerte. Es evidente que el mundo de las finanzas ha fijado sus preferencias en Macron, el poder del dinero neutraliza los avances sociales y afirma la corrupción como método de gobierno, lo que plantea una cuestión decisiva en esta segunda vuelta presidencial. ¿Podrá el dinero de Macron o la revancha social de Le Pen reconstruir un mundo fracturado por la falta de convicciones y la abstención? No lo creo, pero es el absurdo de una Francia entregada a dos opciones de derecha. Una, la extrema, encerrada en sus fronteras al fuego lento de un racismo insensato, ¡Absurdo mayor! –, que la arroja en brazos de la otra derecha, atlantista, que capitula ante un poder mundial en retirada y se vuelve cómplice de Estados Unidos de Norteamérica, junto a la Unión Europea en sus misiones de guerra –Zarkozy en Libia, Macron en Ucrania.

Ambas derechas, incapaces de ver la realidad global de guerras locales, millones de inmigrantes y desempleados, seguridad social en crisis, un nuevo proletariado de raigambre tecnológica, con rutinas domiciliarias penalizantes, sin mayores expectativas en el futuro, caen en la rutina del fracaso anunciado. En la crisis de las instituciones republicanas la lucha política se traslada a la calle, en una secuela de destrucción y protestas. Ausente de alternativas en el plano político en los próximos 5 años, Francia, deberá reconstruir la Quinta República sobre una nueva base de alianzas internacionales pero por sobre todo resurgir desde el mundo del trabajo en un nuevo proyecto de solidaridad social.

Abril 17, 2022

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