En un ranking del total de emisiones de CO2 las estadísticas señalan a China como el primer país emisor del mundo, con un 22,30% del total; EEUU, 19,91%; India, 5,50%; Rusia, 5,24%; Japón, 4,28%. La suma de esos 5 países da un total de 57,25% a nivel mundial dentro de los 215 países y regiones que conforman la lista. Conviene recordar que en 1990, China e India emitían el 10 % del total global. Actualmente aportan el 27,80% del total mundial de emisiones. Treinta por ciento de la población mundial, más de 2,1 mil millones de habitantes, es responsable de 56% de las emisiones de dióxido de carbono (CO2).
El inmovilismo condena al empeoramiento en las condiciones de habitabilidad en los próximos 50 años. En 2014 el Panel Intergubernamental de Cambios Climáticos (IPCC por su sigla en inglés), constituido por 195 países, evaluó en 0,85° C el aumento de las temperaturas desde 1880, es decir desde la época moderna de la revolución industrial. Dominique Reynaud (2015, p. 28), miembro del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (GIECC), dirige la atención sobre el cambio climático a investigaciones que establecen una correlación entre el CO2 y la temperatura desde hace 800.000 años.
Trabajando sobre los estudios del químico sueco Svante Arrhénius (1896) en el rol del CO2 en los ciclos de glaciaciones, Reynaud, menciona los resultados obtenidos en 1980, de muestras del casquete polar de la Antártida a saber, burbujas de aire aprisionadas por el frío. Las muestras, escribe Reynaud, “confirmaron que hace 20.000 años la atmósfera del último gran glaciar contenía la mitad de gas carbónico. Este valor confirma la hipótesis de Arrhénius, que atribuía el enfriamiento de la Edad de Hielo a una disminución del 40% de la concentración en CO2” (Op. cit., p. 28). Siete años más tarde se encontraron evidencias sobre la correlación entre el gas carbónico de la atmósfera y su temperatura. El lapso de esta relación se extiende durante los últimos 160 mil años, “o sea el conjunto del último ciclo glaciar-interglaciar.[1] En nota (3) del texto, Reynaud agrega en su argumentación:
“las imperfecciones de la mecánica celeste (efecto trompo y oblicuidad del eje de rotación de la Tierra, excentricidad de su elipsis alrededor del Sol) y el efecto invernadero natural producen desde hace un millón de años fases glaciares frías de aproximadamente 80.000 años que suceden a fases interglaciares calientes de aproximadamente 20.000 años”.
A comienzos de los ‘90 el científico Schellnhuber presentó el enfoque de las “ventanas tolerables” donde en términos de temperatura la ventana tolerable se limitaba a dos grados (Naik 2015).[2] Naik reseña que un estudio de 2003 concluyó que más allá de los dos grados “los riesgos aumentan sustancialmente, incluyendo potenciales grandes extinciones o incluso colapsos de ecosistemas, importantes aumentos de hambrunas y riesgos de escasez de agua, así como daños socioeconómicos en particular en los países en desarrollo” (Op.cit.). Estos son comentarios inquietantes cuando existe relativamente mayor conciencia y, por tanto dudas, en la población mundial sobre la administración política y el tipo de crecimiento económico y sus efectos sobre la habitabilidad del género humano.
En el contexto de edades geológicas, la meta contención del proceso de emisiones de 2°C surge como un objetivo político –no necesariamente científico– en la lucha contra el calentamiento global. Está claro que si no se llega a un acuerdo global se desprenden serias consecuencias para la humanidad.
En las múltiples reuniones internacionales se ha planteado la duda acerca de la sobrevivencia de los países insulares y otros del tercer mundo a un calentamiento global mayor a 1,5°C. Víctimas del calentamiento global su territorio desaparecería por el aumento del nivel del mar y otros desastres.
En el Tercer Informe del IPCC en 2001, se evaluaba con un 66 % de certeza, que el cambio climático era causado por el hombre. El dióxido de carbono no es el gas más abundante ni el que retiene más calor, sin embargo es el que permanece durante siglos en la atmósfera y aumenta sistemáticamente por causa antrópica desde la era industrial (1750).
En su trabajo, Reynaud (2015 p. 29) evoca la presión que sobrelleva la comunidad científica por parte de políticos y lobistas de grupos financieros con conjeturas en beneficio de sus intereses. Exclama asombrado por este clima de utilización y sospechas: “no veo cómo los climatólogos provenientes de la investigación pública, estos forjadores del saber en nuestro campo, podrían ser globalmente utilizados por un grupo de presión o renunciar a su independencia de espíritu. Es difícil imaginar que los 259 investigadores de la ciencia del clima que participaron en el último informe del grupo 1 del GIEC[3] puedan ser todos culpables de connivencia; sobre todo dado que el proceso de evaluación de este documento ha juntado cerca de 50.000 comentarios de expertos de todos los puntos de vista, a los cuales los autores tuvieron la obligación de responder”.
Propuestas
Entre las medidas de difícil acuerdo se encuentra el fin a las plantas de generación contaminantes antes de su vida económica normal, donde la dificultad reside precisamente en su longevidad. Acuerdos internacionales sobre licencias de tecnología de generación de energías renovables estarían disponibles, facilitando con ello las adaptaciones tecnológicas con energías renovables y un programa de sustituciones de plantas contaminantes.
Otras tecnologías necesarias se sitúan en el dominio de la geoingeniería y se refieren a la remoción de la acumulación atmosférica de carbono y su almacenamiento mediante redes de integración (carbon dioxyde removal).
A esta propuesta se agrega la regulación de las radiaciones solares (solar radiation management). Estas últimas propuestas están en etapa de investigación.[4] La complejidad de las tecnologías se agrega al tema central de la posibilidad política de adaptarlas y a los límites convenidos de emisiones de carbono por países y a la sustitución de las plantas que hasta ahora aparece como el centro del problema.
Lo político es el paso esencial en los límites convenidos de emisiones de carbono por países y a la sustitución misma que hasta ahora aparece como un paso decisivo en los acuerdos entre países. El IPCC, 2014 prevé que con estos acuerdos propios de la geoingeniería y de las tecnologías que patrocina, se arriesgan conflictos internacionales, en la aplicación de tecnologías complejas de pequeños estados actuando por su cuenta, así como de costos difíciles de financiar.[5]
La evidencia histórica y política demuestra que muchas de las soluciones propuestas en las reuniones internacionales sobre el cambio climático ocultan intereses de poder. Es el caso de EEUU cuando presenta el consumo de su departamento de defensa y sus emisiones como una cuestión de seguridad nacional. Compensar todo ello con el mercado de carbono y tecnologías de alto riesgo, como nuclear, captura y almacenamiento de carbono, colocando todo ello al servicio de la meta global máxima de 1,5 °C constituye una solución engañosa.
Bienes Públicos responsabilidad de la Humanidad
En numerosas reuniones, Conferencia de Partes, Cumbre de los Pueblos, Reuniones de grupos ecologistas locales que congregan a movimientos sociales y ecologistas del mundo, se ha mencionado la idea de un “‘proceso de transición gradual’ entre una civilización antropocéntrica y una ‘civilización biocéntrica’ centrada en la vida, lo que implica el reconocimiento de los derechos de la Naturaleza y la redefinición del buen vivir y de la prosperidad de modo que no dependan del crecimiento económico infinito” (Ignacio Ramonet Los Retos de Río+20. Le Monde diplomatique en español n° 200, 2012 p.22).
En su comentario sobre la Cumbre, Ramonet cita la idea de la soberanía alimentaria que subyace en las nuevas relaciones de comercio de una economía social-solidaria. Así, en los términos de la Cumbre: “cada comunidad debe poder controlar los alimentos que produce y consume, acercando consumidores y productores, defendiendo una agricultura campesina y prohibiendo la especulación financiera con los alimentos” (Ibidem).
Inherente a las propuestas de la Cumbre está la defensa de los “bienes comunes de la humanidad” los cuales se entienden de propiedad colectiva.
Ignacio Ramonet resumía estos bienes comunes en las resoluciones que se adoptaron. “Entre ellos están el aire y la atmósfera, el agua, los acuíferos –ríos, océanos y lagos–, las tierras comunales o ancestrales, las semillas, la biodiversidad, los parques naturales, el lenguaje, el paisaje, la memoria, el conocimiento, Internet, los productos distribuidos con licencia libre, la información genética, etc. El agua dulce empieza a ser vista como el bien común por excelencia, y las luchas contra su privatización –en varios Estados– han tenido notable éxito” (Ibidem).
Ya en esa época se esperaba que las futuras Conferencias entre las Partes (COP), ratificaran estos “bienes comunes de la humanidad” sobre todo cuando el calentamiento global fue el tema que dramáticamente lideró las discusiones. Tema fundamental de una sociedad biocéntrica donde se rescaten los Bienes Públicos.
La conciencia mundial sobre el cambio climático determinó que las externalidades negativas no asumidas se transformaran en responsabilidad social no cubierta.
En las diferentes Conferencias de Partes se han repetido acuerdos relativos a la mercantilización del clima que ya se habían retenido, sin éxito, en el Protocolo de Kyoto; intenciones que nunca fueron implementadas con el carácter global con que se les había investido. En múltiples reuniones se han evocado algunas vías a saber, la emisión de bonos de carbono; la generación de bonos a partir de la forestación y los impuestos a las emisiones de carbono. Para todo ello se requería un acuerdo obligatorio por parte de todos los Estados involucrados mas no dio. Por lo que a estas alturas la evaluación de los expertos de limitar en un 80% las emisiones para 2050 parece utópica.
Puesto que los gobiernos han dimitido su responsabilidad el futuro de la Humanidad en el planeta Tierra queda en manos de los Pueblos. Es lo que hace pocos días miles de manifestantes salieron a las calles refrendando un llamado que hoy es universal.
Santiago, septiembre 18 2021
[1] Reynaud se refiere a la publicación del 1° de octubre de 1987 de la revista Nature, N° 329, donde relata el método mediante el cual glaciólogos franceses y soviéticos establecieron la correlación entre el CO2 y la temperatura desde hace 800 mil años. Una muestra de hielo extraída en la estación antártica de Vostok reveló la relación relativa al CO2. “Otras mediciones establecieron también un vínculo entre la proporción de metano (CH4) en la atmósfera y la temperatura, lo que acredita la idea de que las variaciones del efecto invernadero han jugado un rol importante en las del clima del pasado”.
[2] El físico Hans Joachim Schellnhuber es autor del llamado enfoque de “ventanas tolerables”. Schellnuber pertenece al Potsdam Institute for Climate Impact Research (PIK) y es presidente del German Advisory Council on Global Change (WBGU). Gautam Naik (2015, “Científicos cuestionan una cifra clave en el debate sobre el cambio climático”. Se deberían considerar otros parámetros para fijar metas de emisión. The Wall Street Journal Americas. wsj.com/americas) relata la participación del científico, en una reunión en Bonn (1994), con Angela Merkel quien en ese momento era ministra de Medio Ambiente de Alemania. En dicha reunión se mencionó que en términos de temperatura, la ventana tolerable se limitaba a dos grados. Más tarde, agrega Naik, Merkel respaldó el objetivo y el año siguiente logró que el Consejo de la Unión Europea lo apoyara formalmente.
[3] Se refiere al grupo de estudio (1) sobre la comprensión de la máquina climática y las causas del cambio. El grupo (2) trató sobre sus repercusiones potenciales y el grupo (3) sobre las estrategias de respuesta.
[4] Clive Hamilton (Les Apprentis Sorciers du climat. Raisons et déraisons de la géo-ingénierie, Editions Seuil, Paris, 2013) citado por Agnès Sinaï (2015 agosto pp. 16, 16), comenta estaspropuestas que en su conjunto constituyen un sistema de intervención deliberada destinada a contrarrestar el recalentamiento del planeta y de esa manera tomar el control del clima. Es la geoingeniería que busca contrarrestar la mayor ruptura climática (antropogenic climate disruption) producida por la humanidad. En relación a la regulación de las radiaciones solares, A. Sinaï evoca los riesgos de una desestabilización mayor de las sociedades y los ecosistemas. Agrega, “la pulverización de azufre, por ejemplo, supone difundir una capa suficientemente espesa en la atmósfera para que tenga un efecto óptico de impedimento de la radiación solar y, de ese modo, refresque el planeta. Pero la observación de las erupciones volcánicas conduce a los climatólogos a alegar que, si las partículas de azufre ayudan a enfriar la atmósfera, también inducen sequías regionales y accesoriamente pueden reducir la producción de los paneles solares, acarrear la degradación de la capa de ozono y debilitar el ciclo hidrogeológico global”.
[5] En el texto ya citado de A. Sinaï se reproduce una declaración del IPCC-2014 donde se advierte que “sin acuerdos internacionales que definan cómo y en qué proporciones utilizar la geoingeniería, las técnicas de administración de la radiación solar presentan un riesgo geopolítico. Como el costo de esta tecnología se cifra en decenas de miles de millones de dólares por año, podría ser asumido por actores no estatales o por pequeños Estados que actúen por su cuenta, contribuyendo así a la emergencia de conflictos globales o regionales.” (Cf. IPCC 2014: Impacts, Adaptation, and Vulnerability, Cambridge y Nueva York, Cambridge University Press, 2014).