CAPITALISMO DEL SIGLO XXI. Héctor Vega. Editorial Forja, 2017, 277 páginas. Comenta Howard Richards

Para las grandes mayorías, tan largamente sufridas y tan malamente informadas, nuestro amigo Héctor Vega es una luz escondida. Ilumina las grandes tinieblas de este mundo con una linterna que pocos percatamos. La prueba es un libro anterior al libro que hoy comentamos, “Integración Económica y Globalidad, América Latina y el Caribe” publicado en 2001. No resisto la tentación de mencionarlo antes de avanzar al tema de hoy que es El Capitalismo del Siglo XXI.

Integración Económica y Globalidad demuestra con brillantes luces y contundentes datos que la integración latinoamericana aumenta el poder y la riqueza de los grandes capitales transnacionales, y perjudica a las grandes mayorías, tan largamente sufridas y tan malamente informadas, ahora más sufridas y peor informadas. La integración y la globalidad cimientan la derrota de los derrotados. A mi juicio la integración latinoamericana no conviene ni siquiera a los ganadores. Es una integración económica que conlleva una desintegración social. Esto es muy claro en las páginas de Integración Económica y Globalidad de Héctor Vega, aunque sean paginas por nadie leídas.

Sin embargo, en el gran mundo donde reinan las tinieblas, en la ausencia casi completa de las iluminaciones radiadas por nuestro amigo, el sentido común sigue creyendo que solamente los ignorantes ponen reparos a la liquidación del poder local y nacional. Solo los ignorantes no saben que la sustitución de las importaciones fue un fracaso rotundo, y la CORFO de Pedro Aguirre Cerda otro tanto. Los educandos, según el sentido común hegemónico, saben que el destino de un Chile cada vez más moderno y cada vez más promovido en los rankings internacionales, es ser una bien raíz al lado del mar donde se instalen las sucursales de los McDonald’s, y la vez la plataforma de lanzamiento desde donde salen los Jumbos y los Falabella para instalar sus sucursales en otros bienes raíces otrora naciones ahora igualmente sumisos al orden global. Cuando Chile por suerte al último momento se salvó de la perdida completa de su soberanía, por obra y gracia de Donald Trump, cuando Trump echó a pique el TPP, nuestra benemérita presidenta y su elenco de eruditos en políticas públicas, se dedicaron a buscar otro pacto de suicidio.

“¿Si no podemos hundirnos por embarcarnos con Estados Unidos, por qué no nos hundimos por embarcarnos con China?” El pensamiento hegemónico busca siempre más globalización de la economía, a la vez que reclama que las empresas extranjeras no pagan impuestos chilenos. El caso más notorio es la empresa del actual Secretario del Estado norteamericano Rex Tillerson, el Exxon Mobil. Cuando fue dueño de la mina La Escondida, Exxon Mobil declaró pérdidas todos los años, así que supuestamente no hubo ganancias para imponer, y luego en 2012 vendió la mina en mil quinientos millones de dólares.

Los hechos específicos de este caso sensacional no deben eclipsar el punto general. El punto general es que un país que llega a depender de mercados internacionales y de decisiones tomados por terceros en el extranjero pierde capacidad de auto-gobierno. Aunque reclaman las autoridades de estafas como la de ExxonMobil, siguen promoviendo más inversión extranjera directa y privilegiada. No se dedican a alternativas, como por ejemplo conseguir tecnologías con licencias o formar empresas mixtas, como es el caso por ejemplo de Botsuana donde cada empresa minera tiene participación pública mayoritaria.

Son como los alcohólicos quienes festejan cada borrachera mientras caigan cada vez más hondos en la impotencia. Pierden el control de sus vidas por placeres pasajeros. Poco menos que otorgan el Premio Nobel de la Paz a Ignacio Walker por haber negociado el comercio libre con China.

La izquierda por su parte no deja de hablar maravillas del destino bolivariano del gran pueblo único latinoamericano. La izquierda hace un eco sentimental de una derecha que pretende ser racional. Aquella derecha desde su baluarte en las matemáticas superiores denuncia la irracionalidad de la existencia todavía de 16 países en Sud América, cuando la Razón ordena un solo gran mercado sin fronteras. Todo esto nos pasa porque las obras de Héctor Vega son desconocidas, sus luces escondidas, su linterna poco percatada.

Ojalá que no pase otro tanto con el libro que hoy lanzamos, El “Capitalismo en el Siglo Veintiuno, una mirada desde los bienes públicos”. Aunque seamos pocos, ojalá que seamos la levadura en la masa que lleve su propuesta de recuperar las externalidades para lograr la solidaridad a un público amplio.

El discurso público sobre los bienes públicos no es menos anochecido que el discurso sobre la integración y la globalidad. El benemérito ex alumno de la facultad de ciencias económicas de Harvard, don Sebastián Pinera, nos asegura con toda la autoridad de la ciencia que es imposible y siempre va a ser imposible que el Estado pague el costo de la educación universitaria gratuita.

Si el Servicio Nacional de Salud se ve obligado a pagar sueldos de miseria a su personal, si algunos tienen que trabajar dos turnos para sobrevivir, si faltan medicamentos esenciales, si hay largas esperas para ser operado de hernia, la única solución que se le ocurre al pensamiento hegemónico es más crecimiento. Traen a colación el famoso pastel. Dicen que, sin crecer el pastel, no pueda haber porción mayor para nadie, ni siquiera para el Servicio Nacional de Salud. ¿Pero, cuál es la receta para hacer crecer el pastel?

La receta para el crecimiento más difundida y dominante reza que los pobres tienen que pagar el IVA y una serie de descuentos por la libreta; la clase media tiene que pagar el impuesto global complementario; mientras no puede haber gravamen alguno a la acumulación de capital. En fin, el pastel crece si y solo si los pasteleros se lucran. De esta manera y otras semejantes, la riqueza del país y las necesidades del país se encuentran separadas por un muro infranqueable. El nombre del muro infranqueable se llama derecho y su apellido se llama ciencia, mejor dicho, derecho sin alma y ciencia sin luces.

Aquí está el desafío: Faltan otro derecho y otra ciencia, y para la construcción de ellos faltan las conversaciones necesarias. Defino este nuevo libro de Héctor Vega como un aporte a aquellas conversaciones necesarias.

Frente a la ciencia económica dominante, con su serie de círculos viciosos, de callejones sin salidas, y rompecabezas sin soluciones. ¿Cuál es la alternativa sabía que nos propone nuestro amigo Héctor Vega? Me atrevo a sugerir que es una alternativa que conviene a todos, que el gran obstáculo a su realización es la ignorancia, y que el camino hacia su realización es la educación.

No es cierto que el muro infranqueable y la ciencia, que no ofrece ninguna solución, convenga a los pocos y estos los impongan a los muchos. No conviene ni siquiera a los pocos.

Lo que nos propone Héctor es la valorización de los Bienes Públicos en la ecuación de costos de la actividad productiva.

Estando casi siempre ausente aquella valorización en la actualidad, el desenlace que nos hace sufrir es una suerte de ganancia virtual del empresario, cuyo origen es el no pago de los costos sociales.

Tomando en cuenta los verdaderos costos de la actividad productiva, o sea los costos sociales, se puede distinguir dos casos que resultan de la nueva ecuación.

El primer caso es aquel que toma en cuenta todos sus costos, la actividad supuestamente productiva, es una que no se debe realizar. Los costos son mayores que los beneficios. Por ejemplo, las industrias que producen el calentamiento global deben dejar de existir.

Vega hace eco del dicho de Peter Drucker que dice no hay nada más inútil que hacer en forma eficiente algo que no se debe hacer en absoluto.

Si hoy en día abundan los negocios con valor negativo, es porque quienes los realizan sacan provecho privado, a la vez que imponen costos al resto del mundo mayores, que no hacen sino justificar un surplus en su propio beneficio. La mal llamada producción así obtenida representa un crecimiento ficticio de la economía, puesto que no se habrán contabilizado, por ejemplo, los costos en salud de la población afectada. Citando ejemplos de actividades mineras en el norte de Chile y otras zonas de Latinoamérica, Vega se refiere a pueblos, villorrios y napas freáticas contaminadas, y en general el deterioro de la calidad de vida. En tales casos las empresas deben asumir los daños causados o por causar, incorporando los costos asociados al proyecto minero en sus cálculos de rentabilidad en la ejecución y estudios de factibilidad. Bien puede ser que la conclusión de una contabilidad correcta sea que el proyecto deba detenerse.

El segundo caso de las nuevas ecuaciones de Vega, es el caso de una renta, o cuasi-renta, acaparado por la empresa, o por quien quiera realice la actividad. En este caso la empresa es rentable, y socialmente rentable, pero en la realidad de hoy quien paga los costos y quien recibe los beneficios son distintos. Se trata de externalidades. Los unos toman las decisiones. Hacen lo que les conviene a ellos. Los otros pagan los costos. Los unos imponen costos a los otros, sin asumir la responsabilidad de pagar los costos.

Aquí entran los Bienes Públicos. Cuando en vez de pagar los costos sociales de sus operaciones, la empresa impone los costos a terceros, y así abulta sus ganancias, las ganancias son mal calculadas. El no pago de los costos sociales equivale a una deuda social. Por cobrar la deuda social, la sociedad se pone en condiciones de pagar la educación universitaria gratuita, y de suministrar al público un servicio de salud de óptima calidad, cuyos proveedores gocen de sueldos dignos.

Estamos lejos del mundo de la ciencia ciega dominante. En aquel mundo no se atreve a cobrar impuestos al capital, por temor de disminuir la tasa del crecimiento del PIB. Hay que subir siempre las ganancias para motivar a siempre más inversores a más invertir.

En el mundo de Vega, que en este aspecto es semejante al mundo de Alfred Marshall, de Jorge Leiva, de Joseph Stiglitz y muchos más, hay empresas que ya perciben montos superiores a lo que Marshall llamaba el costo de la oferta de negocios –o sea ganancias suficientes para motivar la existencia del negocio.

Siguiendo a Oskar Lange, se habla también de costo de oportunidad. Un ejemplo sería el caso de la minera Billiton. Cuando la misma empresa con el mismo producto, cobre, y con los mismos insumos, está ganando 12 % en Australia y 33% en Chile, se sabe que hay un excedente, sea lo que sea la definición de excedente. Se sabe también que el agotamiento del mineral, que es un costo social, y una serie de otros costos sociales incurridos, deben figurar en ecuaciones que consideran también los beneficios sociales. Es así que la recuperación de las externalidades abre paso a la solidaridad. En buena hora. Estamos justamente frente a una crisis del trabajo como fuente de los ingresos que deben sostener las familias.

La precariedad de los puestos de trabajo es el signo de nuestros tiempos, donde la Deuda de los hogares impera como mecanismo necesario para proveerse de bienes de uso esenciales. Se imponen conversaciones necesarias, a fin de repensar la convivencia al fondo, partiendo de los bienes públicos, y de la contabilización de las externalidades, con la finalidad entre otras de financiar los bienes públicos.

Evidentemente las compensaciones estatales vía impuestos no constituyen una solución. Ya hemos aludido a la doctrina dominante, cuya cuota de verdad se debe a las instituciones dominantes, que declara que hay que bajar los impuestos para subir el crecimiento. Thomas Piketty establece que los grandes estados benefactores del siglo veinte han cobrado impuestos del orden de 45% del PIB, y que ahora hay presión para bajarlos y recortar el estado benefactor. Piketty no cree que los países emergentes como Chile van a poder cobrar en el mejor de los casos impuestos mayores que el 15% del PIB, por lo tanto, no va a ser posible el desarrollo social a la manera del europeo en el siglo pasado, ni mucho menos una solución a la precariedad del empleo en la época de los robots, las maquinas inteligentes y la agricultura tecnificada.

Es evidente que una solución global a nivel de los Bienes Públicos debe ser planteada. El dominio de lo social tiene que ver con la legitimación de los costos sociales. Esto significa la valorización social del trabajo, lo que implica una redefinición del proceso productivo.

En cierto modo Héctor hace eco de Fernando Atria puesto que este ha dicho que es necesario utilizar los derechos sociales como palanca para mover y transformar el orden jurídico vigente. Como Héctor Vega lo establece hay que repensar partiendo de la base que la transición hacia una economía social solidaria depende de la realización del potencial de la economía y el pago de la Deuda Social, según un horizonte fijado por la recuperación de la Cuasi-renta. Cuando se refiere al potencial de la economía cita entre otros a Paul Baran, un profesor de Stanford quien recalcó que el sistema actual, siendo el producto de procesos históricos no siempre racionales, está lejos de hacer un uso óptimo de los excedentes. Considera que la producción posible siempre ha sido mayor que la producción real, y que la distribución real siempre ha sido distante de una distribución diseñada para cumplir con los derechos sociales de las mayorías. Hoy habría  que agregar dos nuevos factores fundamentales: Uno, es la necesidad de reformar la producción con tecnologías verdes. Dos es el crecimiento exponencial de nuevas tecnologías más eficaces y a menudo más verdes, más sofisticadas, y –si no hay cambio de rumbo— más controladas por menos personas.

Cuando se refiere al pago de la Deuda Social y la recuperación de la Cuasi-Renta, Héctor Vega se refiere a lo que he llamado el segundo resultado de las nuevas ecuaciones. Las cuasi-rentas en su teoría son ganancias ilícitas de la clase dominante obtenidas por no asumir el costo de las externalidades negativas que provoca su actividad. Recuperando aquellas ganancias no detiene la producción. Estamos tratando de producción rentable, o como quien dice capaz de cubrir el costo de oportunidad, aun sin las ganancias que son ilícitas porque su fuente es el daño infligido a terceros.

Al contrario, en vez de detener la producción la recuperación de la cuasi-renta la legitima. Al socializar los beneficios se legitiman los costos. Se justifica la realización del trabajo porque ahora el trabajo tiene valor social, y a la vez se paga la deuda social por cumplir con los derechos sociales, entre otros el derecho a empleo digno con sueldo digno.

En fin, el nuevo libro de Héctor Vega merece ser leído con detención y estudiado. Es un aporte a las conversaciones necesarias para orientar las colaboraciones necesarias para cambiar el rumbo de la historia.

*  Howard Richards es Profesor de la USACH, PhD Universidad de California (EEUU); Juris Doctor de la Escuela de Derecho de Stanford (EEUU). PhD en planificación de la educación de la Universidad de Toronto (Canadá)

Santiago, marzo 18, 2023

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